Hablando guarro

Pensamos en nuestro próximo encuentro sexual y, seguramente, pensamos en cómo acariciar, en qué recorrido realizar sobre el cuerpo de la pareja, en qué postura adoptar durante el coito, en el ritmo que debemos seguir antes y durante la penetración. Pensamos en el cunnilingus y en la felación. Pensamos en el dedo que acariciará el ano y que quizás logre traspasar, anticipando placeres anales, la frontera que creíamos inviolable del esfínter. Pensamos en la lengua que dibujará circulitos alrededor del clítoris y que lo moverá de un lado a otro. Pensamos en dónde verteremos el semen cuando ya no podamos posponer por más tiempo el alivio placentero y enloquecedor de la eyaculación. ¿Lo haremos sobre el rostro de nuestra pareja? ¿Sobre sus pechos? ¿Sobre su vientre? ¿Lo haremos, quizás, en el interior de su vagina? ¿En el de su ano? ¿Será, tal vez, en la cavidad glotona de su boca? Pensamos habitualmente en todo eso anticipando o previendo los instantes de placer, pero olvidamos pensar en qué diremos mientras todo eso vaya sucediendo.

El gemido excita. El suspiro excita. La respiración agitada excita. Y excita, por supuesto, la palabra sucia, la palabra caliente, el dirty talk. La palabra sucia incide directamente sobre nuestro cerebro. Impacta en él. Y el cerebro es, no lo olvidemos nunca, uno de nuestros más poderosos órganos sexuales. Quizás el que más. Él crea el estado de ánimo. Él permite que una imagen determinada nos excite.

Pero el dirty talk choca directamente con un muro que deberíamos derribar a toda costa. Ese muro no es otro que el de la enseñanza recibida. Hemos sido educados para evitar, durante toda nuestra vida, la pronunciación de ciertas palabras. Y el hecho de pronunciarlas nos provoca incomodidad y vergüenza. Pero es precisamente el hecho de ser palabras tabú lo que hace que estas palabras adquieran una carga erótica especial. El oírlas o pronunciarlas eleva la temperatura del encuentro sexual. Lo convierte en algo mucho más tórrido. Lógicamente no puede ser lo mismo para el desarrollo del acto sexual que nos devanemos los sesos pensando si será conveniente o no el hecho de hundir nuestros labios en la entrepierna de nuestra pareja que escuchar de los suyos, junto a nuestro oído, mientras la punta de su lengua roza el lóbulo de nuestra oreja, algo así como “estoy deseando que me comas el coño”. Como diría el cantante, no eeeeees lo mismo.

Luchando contra la vergüenza

Puede ser que nos sintamos intimidados por la idea de hablar sucio a nuestra pareja. Quizás no sepamos qué decir ni cómo decirlo. En verdad, lo que se necesita es un poco de práctica y una actitud traviesa. Y decisión. No hay que temer al rechazo. Después de todo, quizás sea más importante, en el fondo, cómo se dice una cosa que lo que se dice en sí. En muchas ocasiones, no es necesario utilizar palabras obscenas. Enfatizando la sensualidad se pueden conseguir grandes cosas.

Para fijar el contenido de lo que se va a decir, en todo caso, hay que tener un poquito de sexto sentido. Algo de vista. Si conoces mínimamente a tu pareja, sabrás qué le gusta practicar y qué no. Si siempre ha rechazado el sexo anal, no le digas, lógicamente, que se la vas a meter por el culo hasta hacerla llorar de placer. Muy probablemente esa expresión no la animará demasiado a entregarse a un tiempo de lujuria y desenfreno. Por el contrario, si le gusta el sexo oral y acostumbra a disfrutar del cunnilingus, es probable que le guste oír cómo le hablas de su coño empapado o del sabor delicioso de su almeja.

El dirty talk puede servir para comunicar qué nos gusta que nos hagan y para saber qué le gusta a nuestra pareja que le hagan. Esa comunicación puede resultar muy excitante, sobre todo si, en la petición, va intercalándose, como un mantra, el nombre de nuestra pareja. Todos tenemos nuestro poquito de orgullo, y sentir nuestro nombre, envuelto en gemidos y suspiros, en labios de nuestra pareja, puede resultar muy excitante. También ayuda, claro, a reforzar nuestra autoestima, tan necesaria y tan útil a la hora de afrontar el sexo.

Fuentes de inspiración

Para saber qué decir puede servir, también, documentarse un poco. Nunca viene mal informarse y prepararse para cuando llegue el momento de demostrar de qué manera podemos emplear el lenguaje para añadir un poco de picante a nuestra sexualidad y a nuestros encuentros sexuales. Textos eróticos bien sea de revistas pornográficas, bien de libros un poco más elaborados; páginas webs en las que aprender jerga suficiente para, por ejemplo, llamar al pene de diversas maneras a lo largo del coito o sus preliminares; frases aprendidas en películas pornográficas; técnicas propias del sexo telefónico… en todas esas fuentes puede encontrarse material suficiente para llenar de contenido ese momento en el que, en la intimidad, deseemos hablar sucio con nuestra pareja.

Cuando ese momento llegue, podremos ir narrando lo que va a suceder, podremos decir cómo nos sentimos, podremos jugar con el tono de nuestra voz para añadirle unas buenas dosis de sensualidad, podremos utilizar el lenguaje para convertir ese instante de sexo compartido en un juego de rol. Con un poco de atrezzo (un vestido adecuado, algún complemento) y el uso del dirty talk, podemos convertir un encuentro sexual casi rutinario en una experiencia de gran intensidad erótica. El profesor y la alumna, el jefe y la empleada, el ama de casa y el fontanero, el enfermo y la enfermera, la jefa y el empleado, el guardia civil y la conductora multada, la policía municipal y el conductor que se salta un semáforo… todo está prácticamente inventado, pero todo sigue funcionando si se le ponen ganas y nos despejamos de complejos, vergüenzas y sentidos del ridículo.

A ello puede ayudarnos, también, el uso de algún juguete erótico. Hay balas vibradoras que reaccionan y se activan al sentir algún sonido. Una palabra pronunciada ante el micrófono se transmite de inmediato, en forma de vibraciones, a los genitales de nuestra pareja. Una palabra sucia puede ser el desencadenante de una oleada de placer que, en forma de vibración, se apodere del clítoris de nuestra pareja. Muy probablemente, ella agradecerá ese momento en que dejamos de ser un caballero y empezamos a hablar sucio. La sonrisa que seguirá a su orgasmo será la mejor prueba.