Una Iglesia tradicionalmente represora

Siempre se ha asociado el catolicismo a la represión moralista de todo lo que tenga que ver con la sexualidad y su disfrute. Centenares de libros hablan de cómo la Iglesia Católica se ha posicionado históricamente contra la sensualidad y el erotismo. De nada ha servido que un libro bíblico como El Cantar de los Cantares puedan leerse versos como “¡Que me bese ardientemente con su boca! / Porque tus amores son más deliciosos que el vino”, “Mi amado es para mí una bolsita de mirra / que descansa entre mis pechos” o “Como una cinta escarlata son tus labios / y tu boca es hermosa”. La Iglesia ha pasado como de puntillas sobre El Cantar de los Cantares y sobre su innegable sensualidad y ha preferido colocarse la sotana llena de caspa y lamparones de quien hace de la castidad una virtud, de la lujuria un pecado capital y de la masturbación, la causa más que probable de cegueras repentinas y pudrimientos de médulas.

¿Cuántas generaciones de adolescentes no se han masturbado sintiéndose culpablemente sucios? ¿Cuántas mujeres no han renunciado al placer que proporciona la auto-estimulación erótica temerosas de sentir en el rincón destinado a sus placeres el olor sulfuroso de Satán? ¿Cuántos matrimonios de comunión diaria y confesión semanal no han visto reducida su vida sexual a una monótona repetición de un misionero ejecutado a oscuras por temor a pecar mortalmente contra algún mandamiento? Entre la carne y el espíritu, la Iglesia Católica, con espíritu marcadamente platónico, prefirió siempre la carne. Por eso hizo de la virginidad un dogma. Por eso convirtió en pecado la actividad sexual extramatrimonial. Por eso requiere a los miembros de la Iglesia (es decir, a todos sus creyentes) que no practiquen la masturbación, la prostitución, la pornografía, la homosexualidad, la fornicación (entendida como la relación sexual entre dos personas que no están unidas por el vínculo conyugal) o el adulterio.

La actitud católica respecto al sexo es, en gran medida, heredera del posicionamiento hebreo ante todo lo que tenga que ver con la sexualidad. Una actitud que, sin duda, contrasta con la que respecto a los “asuntos de la carne” han mantenido históricamente las religiones orientales. El Kama Sutra nunca podría haber sido escrito, en aquellos tiempos, en ningún país católico. De hecho, han tenido que pasar muchos siglos para que un fraile capuchino polaco, Ksawery Knotz, escriba un libro con el objetivo de enseñar a los fieles católicos cómo debe practicarse el sexo “como Dios manda”.

Consejos sexuales para católicos

Al libro escrito por Knotz se le conoce popularmente como “El Kama Sutra católico”. Así le subtituló la editorial que lo editó (por motivos lógicamente propagandísticos) un libro que lleva por título Sexo como Dios manda y que fue publicado hace ya unos años en España. En dicho libro, el padre Knotz reúne diversos textos en los que se dan indicaciones al hombre para que dé placer a su mujer (“el hombre, después de alcanzar su propia satisfacción, debe acariciar los labios y clítoris de la mujer hasta que ella llega al orgasmo”) o se defiende (dentro del matrimonio, eso sí) cualquier tipo de estimulación manual u oral destinada a proporcionar placer a la pareja.

Knotz pretende aunar lo espiritual con lo biológico en un este Kama Sutra católico que intenta ayudar a las personas a desbloquearse de sus prejuicios y de los dilemas morales que le asalten ante la práctica erótica. Este monje polaco, especializado en la formación pastoral de las parejas y que imparte clases de educación sexual en el monasterio de Stalowa Wola, ubicado en el sur de Polonia, cerca de Cracovia, la ciudad en la que nació Karol Wojtyla, el célebre y marcadamente conservador pontífice Juan Pablo II, propone en su Kama Sutra católico que la persona goce plenamente de la vida sexual y que erradique cualquier sentimiento de culpabilidad cuando, llevada por la pasión, dicha persona realice determinadas prácticas sexuales. Después de todo, el padre Knozt especifica claramente en el Kama Sutra católico que “todo acto, caricia o posición sexual que tiene como objetivo la excitación del cónyuge está permitido, y agrada a Dios. Durante el acto sexual, el matrimonio puede demostrar su amor de todas las formas posibles, y brindarle al otro las caricias más deseadas”. Al fin y al cabo, señala esta especie de sexólogo de cabecera para las parejas católicas que es el padre Knotz, amor y sexualidad están estrechamente relacionados y “Dios quiere que las personas tengan una vida sexual feliz”.

La “osadía” de Knozt queda matizada por su defensa a ultranza del ámbito conyugal como ámbito natural en el que vivir la sexualidad (“las parejas casadas celebran el sacramento y su vida en Cristo durante el acto sexual”, escribe Knozt), por la defensa del amor natural (sin preservativo) y por la consideración del sexo oral y la masturbación como preparativos para la penetración, pero no como actos sexuales en sí mismos.

Sin duda, y pese a ser conocido como el Kama Sutra católico, Sexo como Dios manda está bastante alejado de la liberalidad y de los contenidos del Kama Sutra que nos legó el gran Vatsyayana.