Ahora que has despertado el cuerpo de tu pareja de una manera deliciosa, con sedas, pieles o plumas; ahora que habéis educado vuestra manera de respirar y habéis conseguido que vuestras caricias se hagan más intensas y profundas, es el momento de sentarse entre sus piernas, de verter aceite de masaje en tus manos y de extenderlo con reverencia sobre sus piernas, sus pies o su abdomen.

Coloca en este momento la palma de tu mano derecha sobre el hueso púbico de tu pareja con los dedos apuntando hasta el ombligo mientras, con la mano izquierda, acaricias su pierna derecha y su pie derecho y esa parte de su cuerpo, lentamente. Lentamente también intercambias las manos: que ahora tu mano izquierda descanse sobre el hueso púbico mientras la derecha acaricia su pierna izquierda. Repetid esta operación varias veces, realizando la transición entre una mano y otra de una manera calmada, sin contratiempos y con confianza. Es importante mantener en todo momento una mano sobre el monte de Venus de tu pareja. Eso la hará sentirse protegida. Cuando lo hayas realizado en varias ocasiones, lleva tus manos hacia el centro de su pecho, entre sus senos, antes de llevarlas de nuevo a la parte inferior del abdomen.

Debilidad en las rodillas

Al hablar de las diversas zonas de nuestro cuerpo susceptibles de sentir un placer especial no debemos olvidar la parte posterior de nuestras rodillas. Acariciar esa zona con las yemas de los dedos o la palma de la mano hace sentir gran placer.

Es importante recordar que, en toda caricia, debe existir un componente lúdico y, casi diríamos, burlesco. Para mantener el grado de excitación y conducir lentamente al clímax hay que burlar a las diferentes zonas especialmente sensibles de nuestro cuerpo. Para ello hay que actuar sin prisas, lentamente, tomándonos nuestro tiempo. La caricia directa sobre los genitales puede precipitar el éxtasis. Es mejor vencer la tentación de entregarse a su caricia y masaje y sólo irlos rozando de tanto en tanto, suavemente. Ya llegará el momento en que se conviertan en protagonistas únicos y esenciales del encuentro. Pero para que lleguen los fuegos artificiales primero tiene que haberse producido la fiesta. Y la fiesta, aquí, es entregarse al placer de acariciar y ser acariciado.

Masaje en la parte superior delantera

Desde esta posición de arrodillado entre sus piernas, frota con aceite la parte superior de su cuerpo, comenzando por el abdomen, y entre sus pechos, con una mano y después con la otra. En la clavícula, presiona hacia afuera, hacia los hombros, y después continua la caricia hacia abajo, por los brazos, hasta llegar a la punta de los dedos. Repite este camino introductorio varias veces y luego, con aceite, realiza círculos alrededor de las mamas, sin centrarte especialmente en el pezón.

Abdomen

Como si tus manos fueran las agujas de un reloj, realiza círculos alrededor del ombligo. Que esos círculos sean del tamaño de un plato. Sé amable en esta caricia. El vientre es tan importante como delicado. Siente el roce de las costillas, mueve las manos a ambos lados de la cadera, levanta la parte exterior del tejido de la mama para llegar a la axila.

Los hombros, los brazos y las manos

Coloca ambas manos en la parte superior del pecho, por encima del mismo, con las manos, a modo de saetas, marcando las diez y diez. Presiona firmemente hacia afuera, hacia los hombros. Desliza tus dedos a lo largo de la parte inferior de la clavícula, también hacia el cuello. Realiza trazos hacia delante y hacia atrás varias veces.

Amasa la parte superior de los hombros y los brazos. En antebrazos y muñecas, que tus dedos presionen hacia abajo. Presiona las palmas de sus manos. Haz que separe los dedos. Estira de su mano, suavemente, como si quisieras alejarlas de su cuerpo.

Masaje en la cabeza

Para iniciar el masaje de la cabeza de tu pareja, dile que la coloque sobre tu regazo y a continuación pasa tus dedos, como si fuera un peine, por su cabello. Coge de tanto en tanto algún mechón de pelo y tira de él suavemente. Masajea el cuero cabelludo firmemente, realizando pequeños círculos con los dedos. Haz también esos pequeños círculos con los pulgares, tanto en las sienes como detrás de la mandíbula.

Con las yemas de los dedos, busca el lugar en el que el cráneo se junta con el cuello. Sujeta el peso de la cabeza de tu pareja un par de centímetros por encima de tu regazo y amásala con las yemas de los dedos. Gira muy suavemente su cabeza con las dos manos realizando un movimiento similar al de las agujas del reloj. Este movimiento (como cualquiera en el que intervenga el cuello) debe ser realizado con extrema suavidad y cautela. Dejar que alguien maneje nuestra cabeza es un gesto supremo de entrega y confianza. Haz honor a esa confianza que depositan en ti realizando este masaje de manera cuidadosa. Hazlo lentamente y verifica en todo momento si tu pareja se siente cómoda o no con la fuerza y la velocidad que otorgas a tu masaje.