Sexo árabe

Una tienda de campaña beduina con brocados de colores y ornamentos de seda. Un perfume exótico y embriagador en su interior. El parpadeo de unas velas. Una especie de trono en el que el hombre está sentado y en el que espera la llegada de su solícita amante. Esta imagen, propia de Las mil y una noches, es una imagen que podría cuadrar perfectamente con la atmósfera embriagadora y sensual que Mohamed Al-Nafzawi quiso trasladar a todos aquellos que se acercaran a su obra El jardín perfumado buscando un poco de sabiduría erótica.

El jardín perfumado es el título de la que se considera, tras esa maravillosa colección de cuentos que es Las mil y una noches, la segunda obra más importante de la literatura erótica árabe. Escrito en el siglo XV por Mohamed Al-Nafzawi (autor perteneciente a una tribu del sur de Túnez), el principal objetivo de El jardín perfumado es compartir ideas eróticas con los lectores para que hombres y mujeres puedan obtener mayor placer en sus encuentros sexuales.

En otras palabras: El jardín perfumado podría ser considerado para la literatura erótica árabe lo que el Kama Sutra es para la hindú. También en este texto se muestran y enseñan múltiples posturas eróticas. Algunas se limitan a ser simples variaciones de la clásica postura del misionero. Otras son más arriesgadas y salvajes. Algunas no pueden ser llevadas a la práctica si no se dispone de un apoyo exterior a la misma pareja. Una de esas posturas, por ejemplo, implica que la mujer esté colgada del techo. De la habilidad del hombre al balancearla tras penetrarla dependerá que el placer y la excitación vayan incrementándose poco a poco hasta conducir a un orgasmo y apasionado.

El autor de El jardín perfumado de los placeres sensuales (ése es el título completo de la obra del jeque Mohamed Al-Nafzawi ) asume en alguna parte del texto que muchas de las posturas descritas pueden, debido a la dificultades que plantean, ser más propias de la imaginación erótica que de la práctica efectiva y real de las parejas.

Este carácter eminentemente imaginativo de Al-Nafzawi al describir algunas de las posturas no impide que pueda llegar a ser muy observador y, por lo tanto, exacto sobre la naturaleza y las características reales de los genitales del hombre y la mujer. Al nombrarlos, el jeque Al-Nafzawi puede ser muy lírico. Ese mismo lirismo le empuja a dar casi cuarenta nombres distintos a los genitales masculinos. Así, el “buscador” será el pene que gusta de explorar lugares inusuales; el “extintor” será el pene grueso, fuerte y lento para eyacular, y el “indomable” será aquél que, hinchado y erecto, se mueve como si anduviera en búsqueda de la vagina, en la que, finalmente, se introduce de una manera decidida y brusca.

Preliminares eróticos

Entre los consejos que pueden encontrarse en esa maravilla de la literatura erótica árabe que es El jardín perfumado hay que destacar aquéllos que, más allá de la realización o no de determinadas posturas eróticas a la hora de hacer el amor, inciden en el ritual que debe conducir hacia ese instante. Porque ese instante debe existir (sobre todo en el interior del matrimonio) ya que ese acto es absolutamente natural. Después de todo, Dios hizo el pene y la vagina para que se juntaran. El jardín perfumado, asumiendo y defendiendo dicha idea, pretende ofrecer consejos para que esa unión entre el pene y la vagina se produzca de la manera más placentera posible. Para que eso sea así, Al-Nafzawi hace especial hincapié en el hecho de prolongar los preliminares eróticos. Retozar con la mujer y excitarla mediante mordiscos, besos y caricias adquiere una relevancia fundamental. Volcarla sobre el lecho, unas veces sobre el vientre, otras sobre la espalda y besar sus mejillas y su cuello o mordisquear el interior de sus muslos o sus senos son acciones que ningún buen amante debería desdeñar.

Estrechar a la mujer entre los brazos, hacer que sienta el roce del pene erecto sobre su piel desnuda, besar su ombligo y sus muslos… todos estos actos deben conducir poco a poco hasta ese momento en que los labios de la mujer tiemblan y se enrojecen y en que sus suspiros se vuelven más hondos. Dice el jeque autor de El jardín perfumado que ése es el instante preciso en el que la mujer suplica por la penetración. Penetrarla en ese momento y moverse adecuadamente en el interior de su vagina es, en ese instante, fundamental para conseguir que el placer femenino alcance su máximo nivel.

Como vemos, Al-Nafzawi, un árabe tunecino del siglo XV, no olvidaba la importancia de los juegos sexuales previos a la cópula ni obviaba su importancia en el proceso de excitación y posterior alcance del placer por parte de la mujer. Tampoco obviaba la importancia del tiempo inmediatamente posterior al orgasmo. Dejar que el miembro viril se afloje dentro de la vagina de la mujer es, señala Al-Nafzawi en El jardín perfumado, muy importante para la mujer. Retirarse nada más eyacular es, para Al-Nafzawi, algo muy burdo, propio más bien de animales.

Al-Nafzawi tenía absolutamente presente que la relación sexual es una cosa que atañe a dos personas. Y que el sexo placentero es, en gran parte, una cuestión de ritual y un enemigo declarado de las prisas. Sin duda, son muchas las lecciones que, recogidas en El jardín perfumado, aún no han perdido (ni perderán) vigencia. Al menos hasta que el sexo no se vuelva completamente virtual, lo que resulta improbable atendiendo al placer que todo encuentro sexual lleva implícito. No renunciar a él y aprender de los grandes maestros es parte de nuestro deber como seres agradecidos con lo que la vida nos concedió.