Antecedentes históricos de la confusión terminológica

Corrían los años sesenta del pasado siglo. Hacía casi veinte años que había finalizado la Segunda Guerra Mundial y el mundo estaba dividido en dos grandes bloques. En uno de ellos se alienaban todos aquellos países que habían convertido el capitalismo en su sistema económico de funcionamiento. En el otro se agrupaban todos los partidos que habían encontrado en el marxismo su propio catecismo económico. Un bloque y otro se repelían como el agua y el aceite. Unos izaban el símbolo del dólar. Otro, el de la hoz y el martillo. Y el enfrentamiento era a cara de perro. De hecho, la lucha ideológico-económica entre los dos bloques, simbolizada por los dos países más poderosos de cada uno de ellos, los Estados Unidos y la URSS, hizo temer en más de una ocasión por el estallido de una Tercera Guerra Mundial que, de estallar, tenía todos los números de serlo nuclear.

Estamos hablando del tiempo de la novela de espías, de los hombres tiroteados por la espalda sobre la cicatriz de cemento del muro de Berlín y de los conflictos indirectos en los que las dos potencias se jugaban la honrilla un poco por delegación y un mucho sobre los lomos de terceros. Entre esas guerras o enfrentamientos diplomáticos de especial intensidad cabe contabilizar la guerra civil china de 1949, la guerra de Korea, la crisis de los misiles cubanos y, finalmente, la guerra de Vietnam.

Ésta última estaba en pleno apogeo en los años sesenta y enfrentaba al gobierno de Vietnam del Sur con el de Vietnam del Norte. Al primero lo apoyaban los EEUU. Las tropas yanquis desplazadas a Vietnam del Sur, Laos y Camboya tuvieron que luchar no sólo contra el gobierno de Vietnam del Norte. También tuvieron que hacerlo contra las guerrillas comunistas que actuaban en Vietnam del Sur.

La intervención estadounidense en Vietnam fue, seguramente, la primera intervención retransmitida de una manera más o menos directa por los medios de comunicación. La gente sabía del uso de agentes químicos. La gente conocía los bombardeos masivos. La gente podía ver a una niña desnuda corriendo por una carretera, abrasada por napalm. La actuación internacional del propio país podía ser puesta en tela de juicio por quienes habían decidido alinearse del lado del pacifismo.

Un batiburrillo de filosofías orientales

De entre los grupos sociales que decidieron protestar de manera más activa contra la intervención de los Estados Unidos en el conflicto de Vietnam y, por extensión, contra todo empleo de técnicas bélicas para resolver conflictos, cabe destacar el encabezado por un movimiento que adquirió fama mundial: el movimiento hippie. Con su slogan “haz el amor y no la guerra”, los hippies se convirtieron en punta de lanza de una corriente que, buscando superar los principios ideológicos propios de Occidente, todos ellos embreados de la filosofía capitalista de la búsqueda del beneficio, los hippies volvieron la vista hacia las filosofías orientales.

La India se convirtió, para los miembros del movimiento hippie, en la fuente de la que provenían los conocimientos que debían devolvernos a una vida más humana, menos mercantilista y más en consonancia y equilibrio con la naturaleza. De golpe y porrazo, en los periódicos y programas de televisión de occidente empezaron a sonar palabras como yoga, meditación trascendental, maharishi, tantra, ayurveda, etc.

A aquel aluvión de informaciones no siempre proporcionadas con el rigor necesario y a la interesada contaminación terminológica provocada por mucho advenedizo y por mucho aprovechado que quiso subirse al carro de la moda de lo oriental para potenciar de ese modo la solidez de su cuenta corriente hay que atribuir el hecho de que ahora haya una serie de conceptos que se confundan. Entre estos términos encontramos los de Tantra, Yoga y Ayurveda.

Para muchas personas, Tantra, Yoga y Ayurveda son términos prácticamente sinónimos. Y no lo son. Que los tres sean nombrados en las escrituras védicas y en los Upanishads no es motivo para pensar que son los mismo. De hecho, cada uno de estos términos hace referencia a una realidad distinta. Vamos a intentar diferenciar esos tres conceptos.

Lo primero que hay que señalar para realizar dicha diferenciación terminológica entre Tantra, Yoga y Ayurveda es que mediante la práctica del Yoga se persigue la unión con lo Divino. Es la práctica del Yoga quien permite alcanzar la Verdad. La unión con esa verdad origina una energía y esa energía sólo puede ser controlada utilizando correctamente las enseñanzas tántricas. El Ayurveda, por su parte, y como ciencia de la vida que es, se encargaría de cuidar lo que es imprescindible para que exista la vida: el cuerpo. Por eso propone un tipo de alimentación y un tipo de bebida. Para muchas personas, Ayurveda es sinónimo de Medicina Tradicional india.

Como vemos, Tantra, Yoga y Ayurveda son tres prácticas distintas, pero sólo la confluencia de las tres permitiría el desarrollo sano, libre e integral del individuo. Como acostumbra a decirse, en la evolución espiritual del hombre cada una de estas prácticas juega un papel diferente y fundamental. El Ayurveda sería el fundamento sobre el que cimentar esa evolución espiritual; el Yoga, el cuerpo, y el Tantra sería la mente. Gracias a la práctica de Tantra, Yoga y Ayurveda se conseguiría la salud del cuerpo, de la mente y de la conciencia.

El Ayurveda y el Tantra coinciden en dos puntos fundamentales. Uno de ellos es el de concebir al hombre como una unidad formada por cuerpo, mente y espíritu. Otro, el de concebir al universo como un organismo vivo e inteligente cuyas partes están completamente interconectadas. Así, y desde una visión holística, el ser humano sería, desde el punto de vista del Tantra y del Ayurveda, un reflejo micro-cósmico del macro-cosmos.