El cuerpo, centro de todo

Un masaje sólo proporcionará sus máximos resultados si la persona que lo da o lo recibe tiene plena conciencia de su cuerpo y de su potencialidad. La desconexión que tenemos de la mayor parte de nuestro cuerpo nos impide disfrutar de toda su riqueza interior. En la cultura occidental, por la influencia decisiva de la tradición cristiana, heredera a la vez del pensamiento platónico, se ha distinguido habitualmente en el ser humano una parte eminentemente corporal y una parte mental. Hoy, esta escisión se considera superada y, en gran parte de la psicología y la filosofía, se considera que una persona es, única y exclusivamente, su propio cuerpo.

Todo empieza y termina en el cuerpo. Nuestra concepción intelectual, nuestras emociones, nuestra manera de percibir el mundo y de sentir están determinadas por nuestro cuerpo. Reconciliarnos con nuestro propio cuerpo, ser conscientes de él, es el único y mejor camino para mejorar nuestras sensaciones vitales. Adquirir una conciencia corporal profunda y ahondar en las propias raíces es vital para extraer a un masaje sus máximas posibilidades.

Tacto y conciencia corporal

Para adquirir esa conciencia corporal nada mejor que potenciar uno de nuestros sentidos: el del tacto. Que la civilización occidental haya preponderado el papel de la vista sobre el del resto de sentidos no quiere decir que el tacto no tenga una importancia capital en nuestro conocimiento del mundo y en nuestra percepción de él. De hecho, el niño empieza a aprehender el mundo sirviéndose del tacto. El uso del tacto permite adentrarse en un mundo desconocido y misterioso. Observar la textura de los objetos cotidianos, tomar conciencia del tacto del respaldo de nuestra silla cuando nos sentamos, pisar superficies rugosas u onduladas y concentrarse en la sensación que, a través de la planta de nuestros pies y de sus dedos, se transmite a todo el cuerpo puede ser una excelente manera de ir descubriendo la importancia del tacto y de todo lo que a través de él se nos revela.

Otra manera de adquirir conciencia corporal y de su importancia es prestar atención a todo lo que hace referencia a la comunicación no verbal. Nuestros gestos, nuestra postura, nuestra manera de mirar o desplazarnos dicen de nosotros mucho más de lo que podemos pensar. El cuerpo posee una gran capacidad de comunicación. Aprender a leer sus mensajes es fundamental para conocerlo. El tacto, por ejemplo, tiene múltiples matices. Conocerlo a fondo exige un entrenamiento concienzudo, pero ese entrenamiento servirá para adquirir conciencia de cómo nuestro cuerpo interactúa de manera expresiva con personas y objetos. Adquirida esa conciencia, la comunicación tejida entre nosotros y el mundo se enriquecerá positivamente.

El cuerpo: centro de energía

Las diversas culturas y prácticas orientales, desde el yoga al tai chi pasando por el aikido, han recalcado la naturaleza energética del cuerpo. El cuerpo, para estas filosofías, es un campo de energía. Que a esa energía o fuerza se la denomine “prana”, “chi” o “ki” no importa. El principio que se recoge en todas ellas y que es común a todas es el siguiente: la conciencia del cuerpo, llevada a sus niveles más profundos, permite experimentar y captar de manera directa esa energía. La captación y experimentación de esa energía será, además, un excelente camino de crecimiento personal.

Para que ese crecimiento personal se produzca es imprescindible que se cumpla un requisito: el de no pensar en el cuerpo como en una cosa, sino concebirlo como un campo de energía que tiene su propia dinámica interior. Esa propia dinámica debe invitar a pensar en el cuerpo como algo que en modo alguno es inmutable. El cuerpo está en continuo cambio. Si la persona fija su atención en un punto determinado del organismo comprobará cómo continuamente se producen, en ese punto, pequeñas alteraciones sensitivas.

Técnicas para aumentar la conciencia corporal

Para aumentar la conciencia corporal es necesario ponerse en contacto con la energía del cuerpo. Esto no sencillo. Para hacerlo, hay que recurrir a unas técnicas adecuadas que lo permitan. Una de ellas consiste en controlar adecuadamente la respiración. Seguir sus ritmos, sus cambios, sus alteraciones, puede servir para ir tomando conciencia, progresivamente, de cada de las partes del cuerpo. Otra de ellas consiste en centrar la atención en la región central del abdomen. Una vez concentrados ahí, hay que dejar que todo lo experimentado brote desde ese punto.

La combinación de las dos técnicas anteriormente expuestas puede resultar muy apropiada para conseguir esa conciencia corporal. Controlar la respiración y hacer que, al respirar, el aire llegue a ese punto del abdomen del que hablábamos puede ser muy efectivo en esa adquisición de la conciencia sobre el propio cuerpo.

Si se desea aumentar esa conciencia se puede, también, recurrir a ciertas disciplinas orientales. El yoga, la meditación, el aikido o el tai chi son algunas de esas disciplinas. La práctica de alguna de estas disciplinas puede servir a un masajista para adquirir una mayor conciencia corporal y, por ello, para aumentar su destreza a la hora de realizar un masaje.